domingo, 28 de marzo de 2010

Los consejos de Krissy

El año pasado estuve en la meta de la UTMB, luego de bañarme y dormir un par de horas al culminar la CCC, y pude ver las entradas victoriosas de Kilian Jornet y Krissy Moehl a Chamonix. Ambos ganaban esta dura carrera por segunda vez; las victorias de Kilian fueron consecutivas mientras que las de Krissy fueron en la primera edición (2003) y en esta última.

La noche antes de salir a correr con los futuros ultreros venezolanos (Lago y Gersi), leí un artículo que contenía unas recomendaciones sencillas pero acertadas hechas por un entrenador de la CTS (Carmichael Training Systems) y la mismísima Krissy para aquellos que quieran correr un ultra por primera vez, pero también aplican a los que llevan ya varios. El texto completo está en inglés, así que me tomé la libertad de seleccionar algunas y traducirlas muy liberalmente.



(Krissy Moehl gana la UTMB de 2009)

- Planificación:
Haz la tarea. A más de un corredor le gusta tener un blog. Lee acerca de las rutas y las experiencias de otros para que tengas una idea de lo que te espera.

- Entrenamiento:
Hay que ser prudente. Aumenta el volumen de forma gradual. El ritmo de carrera en un ultra te exige correr a baja intensidad. La resistencia es primordial. El entrenamiento debe incluir salidas largas y cuestas. Tienes que acostumbrar tus piernas tanto a las subidas como a las bajadas.

Ten una estrategia nutricional. Se recomienda consumir entre unas 200 a 400 calorías por hora. Prueba con distintos alimentos y bebidas en los entrenamientos para determinar lo que mejor tolera tu organismo. El día de la carrera no deberías comer ni beber nada nuevo.

Prueba bien tus equipos. Asegúrate de usar repetidas veces la ropa y los materiales que piensas utilizar en la carrera. Ponerte una gorra nueva para la competencia pudiera darte un dolor de cabeza, por ejemplo.

Entrena en condiciones similares a las de tu prueba. Fíjate en el perfil de la ruta y busca sitios de entrenamiento que se le parezcan. Si es por senderos, procura correr en rutas con desnivel. Si habrá calor y humedad, trata de correr los mediodías. La idea es eliminar la mayor cantidad de sorpresas el día de la carrera.

- Carrera
Ten una sola meta: terminar. Sobrevivir es lo primero y el crono ocupa un segundo lugar. Concéntrate en cruzar la meta entero y sonriente. No es cosa fácil para los que se obsesionan con los tiempos, pero hay demasiados factores que tomar en cuenta durante este tipo de pruebas.

Come y bebe a partir de la primera media hora. Sigue llenando el tanque consistentemente durante la prueba aunque no tengas hambre ni sed. No vas a estar corriendo a alta intensidad así que el éxito depende tanto de la hidratación y nutrición como del entrenamiento.

Avanza eficientemente. Camina las subidas, si hace falta. Muchas veces pasos firmes resultan mejor que correr. Minimiza el movimiento vertical y enfoca tu energía hacia adelante.

Administrate inteligentemente. La estrategia de carrera no es muy distinta a la de las carreras de calle. Si sales demasiado fuerte, vas a pagarlo más adelante.

Entrenandito

Varios factores han causado el cierre temporal del cerro El Ávila, nuestro sitio predilecto de entrenamiento. Sin entrar en polémicas, el factor natural definitivamente es el mayor causante de esta medida, pero no puede uno dejar de pensar en que se necesitan políticas de protección y, especialmente, de concientización de los usuarios, además de dotación con equipamento adecuado y capacitación actualizada para los grupos que luchan contra los incendios. Lamentablemente, van más de 230 hectáreas afectadas.


(El Ávila visto desde arriba antes de los incendios)

El jueves en la noche aprovechamos para ascender al Hotel Humboldt y bajar por teleférico antes de que entrara en vigencia la medida de cierre temporal.



(Un habitante de El Ávila)

Este sábado, buscando otras opciones para entrenar, nos fuimos Melba, Mayde y yo hacia los lares de El Jarillo. Corrimos unos 32 km en un lugar fenomenal, casi a 2.000 metros sobre el nivel del mar. Melbita nos acompañó un buen rato y después agarró su ritmo y nos vimos al final. El desnivel en la ruta no es significativo, salvo por unas subiditas en la segunda mitad del recorrido, pero es un sitio ideal para hacer fondo. Aparentemente, la bandita de malandros que azotaba el área ya fue neutralizada, según nos cuentan los lugareños y el mismo guardaparques.


(Mayde y Melba y el preocupante nivel del Dique Aguas Frías)

Mayde tuvo unas molestias en el pie y optó por salir en la bici de ruta el domingo. Por mi parte, como conté inicialmente, salí con los muchachos e hicimos, por los lares de Botalón y Los Paulinos, una ruta que dio para todo. Hubo asfalto, tierrita, subidas, bajadas y un buen kilometraje en un trayecto súper variado. Hasta logramos perdernos durante un largo rato.



(Con Lago y Gersi. ¡Salud!)

Aunque no estamos del todo encaminados todavía, sólo nos quedan cuatro meses para la cita en el Mont Blanc. Esta próxima semana será de descanso para luego arrancar la siguiente fase del plan de entrenamiento. Espero que todavía estemos a tiempo de hacer una buena preparación.

Félix

domingo, 21 de marzo de 2010

Atípica semana típica

Lunes: Día de descanso. El tobillo de Mayde está morado e inevitablemente inflamado. Correrá nuevamente cuando se vaya el dolor; son gajes del oficio, pero ya deberíamos tener una buena base para iniciar la siguiente fase del plan. Estamos tratando de seguir, por irónico que suene, con buen pie.

Martes: 7 x 400 m con 1 minuto de recuperación. Conforme pasan las repeticiones, el minut
o de descanso se hace cada vez más corto y los 400 metros de esfuerzo se tornan cada vez más largos. ¿O son ideas mías? Menos mal que programo toda la sesión en el Garmin, al cual no le importa en lo más mínimo mi sufrimiento ni mi estado psíquico. El pitico es tanto una bendición (intervalos de recuperación) como un castigo (pip, pip, piiiiiiiiip...y fuera). Luego, a las pesas. Todo duele y el Reggeatón a todo volumen en el gym no ayuda. Entre el perreo, el zandungüeo y el flow, hago una y otra repetición pero no paro de pensar en el desayuno.

Miércoles: Hice una ruta distinta en el Parque del Este. La idea era hacer algunas subidas y conseguí un trayecto en el que pude hacer 6 cuestas (todo aquello más alto que un par de escalones convenientemente lo denominé "cuesta") por vuelta de 4,5 kilómetros. Una nueva variante. El asunto es más o menos así: Arranco desde donde se reune el Team Bisturí, paso por donde corren los Tri-tanic ("I'm the king of the world!"), luego sigo por donde están los Happy Yuppies. Llego a la parte norte y saludo al equipo Orbitrek para luego pasar por el campo de las Gazelas. Sin ánimos de ofender a nadie y que conste que la gran mayoría de esa gente corre mejor que yo, pero ¿quién no le pone apodos a los que uno habitualmente ve corriendo por las rutas de siempre? Ni me quiero imaginar el sobrenombre que alguien me pudiera poner a mí. Ya por ahí me tienen varios los compañeros de entrenamiento.

Jueves: Mayde se pone la férula en el tobillo y se viene al parque conmigo. Corrió 5 km sin mayores molestias. Por mi parte, me salían 5 x 100 con 15" de recuperación para ir soltando piernas y luego 6 x 45" en subida con 1:30 de recuperación. Quedé frito. Con Mayde, un poco más tarde y como pude, hice el circuito de fortalecimiento en el gym. Hay que seguir creyendo que todo suma y todo ayuda. Lo bueno es que pensar en los
166 km que nos tocan en agosto elimina inmediatamente cualquier flojera o titubeo.



Viernes: Anoche llovió un poco, finalmente. El día amaneció espectacularmente despejado y, en vez de descansar como rutinariamente hago los viernes, me salió un entrenamiento nocturno con Melba y Lago. La ruta es fenomenal. Son apenas 6 kilómetros pero se ganan unos 1.200 metros de desnivel positivo y se entrena con la frontal. Me lo tomé con calma y la bella y la bestia me sacaron varios minutos. El descenso fue en funicular. Los temas de conversación, gracias en gran parte al cansancio, fueron de muy alto nivel. Por ejemplo, caminar - caminando, correr - corriendo, funicular - ???.



(Borrosa foto de Melba y Lago, justo antes de montarnos en el teleférico)

Sábado: Mayde, Lago y yo salimos a correr. Una tranquila pero muy buena sesión para acumular kilómetros y hacer fondito. Nos salieron 20 km con unos 1000 metros de desnivel positivo y otros tantos negativos. Las molestias de mi runner favorita parecen estar desapareciendo. Ya de regreso en el carro, vemos al amigo Luis Pinto, corriendo a ritmo constante en subida y disfrutando--seguramente a todo volumen--de una buena música. Le hacemos señas, tocamos corneta y pegamos gritos, pero el pana va inspirado.



Domingo: Un tercer día seguido en El Ávila. ¡Excelente! Se nos une en esta ocasión, aparte de Lago nuevamente, el amigo Gersi. Hacemos una ruta fenomenal, otra vez unos 20km, pero con casi el doble del desnivel acumulado que en la salida del día anterior.



(Se van para el Gran Trail de Peñalara, 110 km, en las afueras de Madrid en julio)

Mayde preventivamente toma el teleférico de bajada y los muchachos nos lanzamos para abajo. Hicimos la ruta que yo, por ocasionalmente tener la imaginación de un adolescente, bauticé El Sostén (vér gráfica).




Fue una buena semana de entrenamiento. Desde enero hemos estado tratando de buscar consistencia. Ahora, mientras Mayde se va librando de las lesiones y vamos ganando condiciones, aumentan los kilómetros y los desniveles.

Félix

domingo, 14 de marzo de 2010

Ultra Metal y Heavy Running

¿..o más bien será ultrarunning y heavy metal?
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En todo caso, esta semana se juntaron dos de mis pasiones: el rock pesado y la corredera por el monte. El viernes, con sentimientos encontrados, fui al concierto de Metallica. Entre sábado y domingo salieron unas cinco horas y media de entrenamiento en casi 30 km y un desnivel de aproximadamente +2500 m/-1300m. Mayde volvió a correr por el cerro pero, lamentablemente, volvió a sufrir de un esguince de tobillo en la salida del domingo. Esperemos que pronto se reponga y, finalmente, podamos arrancar el entrenamiento para UTMB como debe ser.
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Hace un tiempo escuchaba por la radio a César Miguel Rondón, a quien jamás se asociaría con el metal, y justamente estaba haciendo un segmento titulado "El soundtrack de tu vida" con algún invitado. Me gustó la idea; no es raro que uno asocie alguna etapa o momento clave de su existencia con alguna pieza o canción. Quedé cabezón: ¿Qué música habría en la banda sonora de mi propia vida?
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Los primeros años (0 a 7) estarían llenos de música clásica, gracias a mi madre, un poquito de Bach y Beethoven por aquí y otro tanto de Chopin y Tchaikovsky por allá, pero lo cierto es que, en lo que a mí respecta, tendría que haber, debo admitirlo, algo de Nicola di Bari. No sé por qué, pero me cuentan que apenas podía hablar y a duras penas caminaba, me montaba sobre la cama y con una de las patas como micrófono imitaba a ese cantante. No es muy heavy que digamos.


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Los años del viaje (7 a 12) fueron aquellos en los que nos mudamos a Estados Unidos. Confusión, adaptación, descubrimiento. Me acuerdo que como a los 10 u 11 años, encontré unos discos y cassettes de mi hermana Gaby. Recuerdo perfectamente cuáles eran: Born Again de Black Sabbath (no es muy recordado por el público en general aunque el vocalista fuera Ian Gillan de Deep Purple), Powerslave de Iron Maiden (el cual sigue siendo mi favorito de ese grupo) y Led Zeppelin IV o Zoso (Black Dog, When the Levee Breaks, Rock & Roll, Stairway to Heaven...¡Por favor!). Me acuerdo dónde estaba cuando los puse por primera vez. Pasé toda una tarde escuchándolos. Sentí emoción, sorpresa y hasta miedo (Disturbing the Priest) y desde ese día soy "metalero".
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La rebeldía, como cualquier otro teenager, fue de los 13 como hasta los 16. De repente por falta de supervisión o por ser un tanto extremista, llevé el tema de la irreverencia un poco lejos. Vino el cabello largo, la típica franelita negra con el logo de alguna banda, los zarcillos, las botas militares y algunos excesos. Quemé etapas violentamente. Sonó Judas Priest (British Steel, Unleashed in the East, Screaming for Vengeance, Defenders of the Faith), Megadeth (Peace Sells but Who's Buying), Anthrax (Spreading the Disease y Among the Living) y bastante pero bastante Metallica (Kill'Em All, Ride the Lightning y mi favorito Master of Puppets).
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La indagación, tanto musical como personal, vino de los 17 como hasta los 25. Sonó un poco de todo. Me desilusionaba cada vez más de los que eran mis héroes musicalmente, especialmente de Metallica que era para mí más un concepto y un ideal que una banda musical. Dijeron que nunca harían videos y los hicieron, dijeron que no tocaban baladas y sacaron algunas y dijeron que lo primero era la música pero hasta eso pasó a un segundo lugar, en mi opinión. ¡Por banal que suene eran asuntos importantes para mí! Comencé a buscar los orígenes de esa música que tanto me decía; desempolvé los discos de Sabbath, Zeppelin y Deep Purple. Me deleité con los de Genesis (era de Peter Gabriel), Rush y Yes. Fue una etapa en la que, en lo personal, cuestioné todo y mientras lo hacía se me pasaba el tiempo sin darme cuenta.
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Los años perdidos, musicalmente, fueron como desde los 26 a los 30. La banda sonora fue un tanto nula y era como una especie de extensión de las etapas de indagación y rebeldía. Me formaba profesional y académicamente. Las metas estaban más oscuras que claras aunque no pareciera en aquel entonces.
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Hoy en día, admito que musicalmente mis gustos se quedaron pegados en el pasado. Será que me estoy poniendo viejo pero, como cualquier anciano amargado, digo y pienso que lo mejor es lo de ayer.
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Este viernes, como comenté inicialmente, se presentó Metallica en Caracas y nos medio reconciliamos. Afortunadamente, poco fue lo que tocaron de lo que yo tengo la osadía de considerar sus "años perdidos" y, aunque no los sentí tan auténticos como, por ejemplo, Megadeth o Deep Purple cuando vinieron a Caracas, el show fue excelente, sin duda alguna. Nuestra relación, por unilateral que sea, es como aquella de unos amigos de la infancia que se distanciaron por surgir serias diferencias entre ellos con el pasar de los años, pero hoy en día se ven nuevamente la cara y se dan cuenta de que todo evoluciona y tal vez lo que en algún momento profesaron ya lo superaron, ambos culpables de ello. Ayer, pensaba que no podía haber algo más aburrido que trotar y que aquello de correr era cosa de cobardes. Hoy corro, a veces con rumbo e ideas claras y a veces más desorientado que nunca, pero corro simplemente porque me llena.
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A pesar de que entreno sin música, siempre llevo un repertorio bastante amplio en el tocadiscos cerebral o rocola mental y, sin duda alguna, ese setlist viene acompañado de videos llenos de fragmentos de experiencias vividas, de sueños, de lo que fue y de lo que será. Ese tipo de pensamientos tan vívidos dudo que los tuviera si corriera por períodos cortos. Para mí correr largo, especialmente por la montaña, es lo más heavy metal que hay. Este video de la gente de CoachingEndurance, el cual te recomiendo que escuches sin el audio original y con la música que realmente te guste (salvo que no te moleste The Killers y debo admitir que esta canción no está nada mal), es un claro ejemplo.

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Te invito a que compartas, si deseas, la banda sonora de tu vida en la sección de comentarios.
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Félix

sábado, 6 de marzo de 2010

Más vale llegar de último que no ser finisher (Hombre de Hierro 2005)

Hace un tiempo eché el cuento de una carrera de aventura por equipos en la que Mayde y yo íbamos de últimos y finalmente, para sorpresa nuestra y de todos los demás, fuimos los primeros en cruzar la meta . Pues en esta entrada, no habrá sorpresas. Llegué de último, no lo niego, pero fue una experiencia fenomenal y un enorme aprendizaje.

Los gringos tienen un dicho: DFL > DNF > DNS (Dead Fucking Last beats Did Not Finish beats Did Not Start). Es decir, que es mejor llegar de último que no terminar la prueba ni tener el valor de participar. Para muchos, pudiera interpretarse como el consuelo del derrotado o la excusa del perdedor. Pero en mi caso y en el relato que voy a echar, me enorgullece haber sido el último en cruzar la meta.

Me encontraba lesionado, como cosa rara, y opté por comenzar a nadar ya que me estaba contraindicado correr o montar bici por un tiempo. Nadé un mes completo sin hacer otra actividad deportiva y hasta logré que me “ascendieran” del carril de los principiantes al de los chapoteros. Pude, después de tratamiento y rehabilitación de la lesión, comenzar a combinar correr con caminar y agarrar la bici ocasionalmente. Al cabo del segundo mes, me entusiasmé a participar en un triatlón. Logré salir de la piscina un par de minutos antes de que me penalizaran, rodé un poco y luego corrí la distancia más larga de los últimos cuatro meses, 10 km. Así culminé mi primer triatlón (1000m/40k/10k) y me enganchó la actividad, aunque no me entusiasmó del todo el ambiente en general.

Era octubre y ya se comentaba que se celebraría un triatlón de distancia ironman en mayo del año siguiente. No obstante, no fue hasta enero que se anunció oficialmente el evento y que decidí que iba a participar. Lo más sensato, probablemente, hubiera sido mejorar en distancias cortas y aumentar las distancias progresivamente. Sin embargo, debo admitir que la sensatez no es mi fuerte. La meta, como siempre, era simplemente terminar.

Así pasaron los meses y con un entrenamiento muy alejado de lo que ahora sé que se requiere para este tipo de evento, me encontraba junto a otros 30 participantes en la línea de partida del II Triatlón Hombre de Hierro en la Isla de Margarita (2005). Nadaríamos 3,8 km en la playa del Hotel Hilton, luego recorreríamos la Isla de este a oeste y de vuelta en bicicleta y finalmente correríamos unas cuatro veces desde el Hilton hasta el Concorde para completar la distancia de un maratón.
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(Con Eduardo Amaro antes de la salida)
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Se da la partida y nos lanzamos al agua para hacer dos veces el circuito de 1,9 k. La primera vuelta salió sin novedad. Tal vez un poco de nervios. En los meses previos, le había agarrado el gusto a nadar aunque no dejaba de ser, como dije antes, un chapotero. En la segunda vuelta, levanto la mirada para orientarme y tomar aire y, aunque me pude ubicar perfectamente, tragué una barbaridad de agua. La lección número dos, porque la primera y principal fue no ir a una carrera larga sin la debida preparación, fue la de agarrar aire *luego* de mirar y cuando la cara no estuviera de frente a la ola.
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(Algunos de los participantes del II Hombre de Hierro, Isla de Margarita, mayo 2005)
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Comencé a toser y toser. Era inevitable; iba a vomitar. Me traté de calmar y recordarme de mis días de submarinismo. Me imaginaba qué hubiera hecho si me pasara algo igual a unos 30 metros bajo el mar. Me dejé flotar tranquilamente y me despedí del desayuno que diligentemente había consumido un par de horas antes de la carrera y de las calorías que mucha falta me harían más adelante. Antes de culminar esa última vuelta, tuve que repetir el proceso unas tres veces más hasta que no quedaba más nada que regurgitar. Cuando salí del agua, sólo había 4 nadadores más atrás.
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Era hora de agarrar la bicicleta. El asunto no podía empeorar. Al fin y al cabo, mis inicios en la bicicleta montañera fueron en la Isla y, de las tres actividades del triatlón, era en la que más cómodo estaba aunque jamás se me catalogaría como veloz. Salí tranquilo pero con el estómago alborotado. Sabía que iba a ser un largo día. Decidí optar por esperar unos minutos antes de comenzar a ingerir calorías y electrolitos. Sin embargo, tan pronto comencé con la bebida isotónica, la devolví. Pensé en esperar aun más para iniciar con los alimentos. De nada me servían si los iba a botar inmediatamente. Con el viento a favor, llegué al kilómetro 90. Finalmente, pude comer y beber un poco aunque no lo suficiente para solventar el hecho de que tenía el tanque vacío.
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(Vía Macanao)
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Y, ese fue un error que no pude enmendar. Al pasar los 100 kilómetros y ya con la brisa en contra y el calor margariteño a millón, comenzaron los calambres. Uno tras otro. En las pantorrillas, en la ingle, en los cuadriceps. Me estiraba para aliviar un calambre y me sobrevenía otro en un músculo distinto. Bajé la relación al cambio más suave que tenía y pedaleaba entre cada episodio. Me iba diciendo que no había forma en el mundo en que iba a poder terminar el recorrido de la bici ni mucho menos salir a correr un maratón después, algo que ni siquiera había hecho bueno y sano.
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Pasé 7 horas y 42 minutos en los 180 km de la bici. Llegué a la transición y vi a Mayde, quien ya estaba al tanto del drama porque me había podido seguir en carro en algunos tramos. En el camino a la transición, pensé que más valía morir con las botas puestas que tirar la toalla ahí mismo. Así que me bajé de la bici y medio doblado caminé hacia la carpa para cambiarme. César Zabaleta, quien en aquel entonces trabajaba con la empresa organizadora, me preguntó si estaba bien y si me iba a retirar. Le dije que no y bromeé que un masaje no me caería mal. Sin titubear, me mandó a dos fisioterapeutas que, dentro de la carpa, me tiraron al piso y me doblaron para acá y para allá. No sé si eso es permitido en un ironman oficial, pero aquí menos mal que sí lo estaba. Me acuerdo que una de ellas me dijo “Come algo, mira que estás pálido”. ¿Pálido? ¡Pero si yo soy bien moreno y llevaba más de nueve horas agarrando sol! La transición duró casi unos 15 minutos, pero finalmente salí de ahí a ver qué pasaba.
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Nunca había corrido 42 km. De hecho, en entrenamiento jamás pasé los 26 km. Mayde me acompañó unos metros y me dio palabras de ánimo. Espero haber podido balbucearle algún tipo de respuesta y agradecimiento. Corrí unos dos kilómetros y me dieron ganas de orinar. Por primera vez en toda la prueba iba al baño. Aunque no sabía lo poco que hoy en día sé sobre nutrición en eventos de largo aliento, se disparó una alarma y comencé a beber y comer en cada oportunidad que se me presentara.
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(En la Caracola. Me causa gracia el letrero al fondo)
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Se acababa la tarde. Caía el sol y cada vez había menos competidores en el circuito. Yo sentía que corría pero iba a un paso tan pobre que durante dos vueltas me crucé, siempre en el mismo lugar, con otro competidor que terminó caminando sus últimas dos vueltas. Cada vez que terminaba una vuelta veía a Mayde y para la última hasta se acercaron mi papá y mi hermano menor. Quien dos años más tarde se convertiría en mi esposa salió a correr, con cara de preocupación, los últimos 10 kilómetros conmigo. Hoy en día me cuenta que yo tenía la mirada desorbitada, ocasionalmente le respondía y que ella simulaba que iba corriendo para que yo no me desanimara pero que hubiera sido más rápido simplemente caminar.

Los puntos de control iban cerrando uno por uno justo después de que yo pasaba. Me acuerdo que faltando poco me dieron ganas de orinar y, para no pararme, me puse de costado y seguía andando mientras intentaba no mearme la pierna. Daba lástima y hasta Mayde me comentó después que se puso delante de mí unos minutos para que no la viera llorar. Nunca me había visto tan destartalado y, aunque hoy en día me destartalo de vez en cuando, jamás me ha vuelto a ver en tal estado.

Menos mal que comencé a consumir calorías en abundancia durante la parte del trote. Luego de 5 horas 54 minutos a pie, entré a la meta en el último lugar con un crono de 15 horas y 29 minutos. Terminé en el puesto 21 de 30 competidores que comenzaron (algunos se retiraron y otros no tenían previsto hacer la distancia completa). El área de llegada estaba prácticamente sola, salvo por los paramédicos y uno que otro de la organización, además de Mayde, mi padre y mi hermanito. El cronómetro había dejado de funcionar y la música y el ambiente festivo hace rato que se esfumaron.
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Me sentí aliviado de haber terminado. Tenía mucho en que pensar y bastante que comprender en los días siguientes a la carrera. Lo que aprendía en ese mismo instante era que el cuerpo humano, si hay ganas de seguir adelante, tiene una gran capacidad de recuperación. Jamás me hubiera imaginado estar tan feliz por llegar de último.


Félix