Hace un tiempo eché el cuento de una carrera de aventura por equipos en la que Mayde y yo íbamos de últimos y finalmente, para sorpresa nuestra y de todos los demás, fuimos los primeros en cruzar la meta . Pues en esta entrada, no habrá sorpresas. Llegué de último, no lo niego, pero fue una experiencia fenomenal y un enorme aprendizaje.
Los gringos tienen un dicho: DFL > DNF > DNS (Dead Fucking Last beats Did Not Finish beats Did Not Start). Es decir, que es mejor llegar de último que no terminar la prueba ni tener el valor de participar. Para muchos, pudiera interpretarse como el consuelo del derrotado o la excusa del perdedor. Pero en mi caso y en el relato que voy a echar, me enorgullece haber sido el último en cruzar la meta.
Me encontraba lesionado, como cosa rara, y opté por comenzar a nadar ya que me estaba contraindicado correr o montar bici por un tiempo. Nadé un mes completo sin hacer otra actividad deportiva y hasta logré que me “ascendieran” del carril de los principiantes al de los chapoteros. Pude, después de tratamiento y rehabilitación de la lesión, comenzar a combinar correr con caminar y agarrar la bici ocasionalmente. Al cabo del segundo mes, me entusiasmé a participar en un triatlón. Logré salir de la piscina un par de minutos antes de que me penalizaran, rodé un poco y luego corrí la distancia más larga de los últimos cuatro meses, 10 km. Así culminé mi primer triatlón (1000m/40k/10k) y me enganchó la actividad, aunque no me entusiasmó del todo el ambiente en general.
Era octubre y ya se comentaba que se celebraría un triatlón de distancia ironman en mayo del año siguiente. No obstante, no fue hasta enero que se anunció oficialmente el evento y que decidí que iba a participar. Lo más sensato, probablemente, hubiera sido mejorar en distancias cortas y aumentar las distancias progresivamente. Sin embargo, debo admitir que la sensatez no es mi fuerte. La meta, como siempre, era simplemente terminar.
Los gringos tienen un dicho: DFL > DNF > DNS (Dead Fucking Last beats Did Not Finish beats Did Not Start). Es decir, que es mejor llegar de último que no terminar la prueba ni tener el valor de participar. Para muchos, pudiera interpretarse como el consuelo del derrotado o la excusa del perdedor. Pero en mi caso y en el relato que voy a echar, me enorgullece haber sido el último en cruzar la meta.
Me encontraba lesionado, como cosa rara, y opté por comenzar a nadar ya que me estaba contraindicado correr o montar bici por un tiempo. Nadé un mes completo sin hacer otra actividad deportiva y hasta logré que me “ascendieran” del carril de los principiantes al de los chapoteros. Pude, después de tratamiento y rehabilitación de la lesión, comenzar a combinar correr con caminar y agarrar la bici ocasionalmente. Al cabo del segundo mes, me entusiasmé a participar en un triatlón. Logré salir de la piscina un par de minutos antes de que me penalizaran, rodé un poco y luego corrí la distancia más larga de los últimos cuatro meses, 10 km. Así culminé mi primer triatlón (1000m/40k/10k) y me enganchó la actividad, aunque no me entusiasmó del todo el ambiente en general.
Era octubre y ya se comentaba que se celebraría un triatlón de distancia ironman en mayo del año siguiente. No obstante, no fue hasta enero que se anunció oficialmente el evento y que decidí que iba a participar. Lo más sensato, probablemente, hubiera sido mejorar en distancias cortas y aumentar las distancias progresivamente. Sin embargo, debo admitir que la sensatez no es mi fuerte. La meta, como siempre, era simplemente terminar.
Así pasaron los meses y con un entrenamiento muy alejado de lo que ahora sé que se requiere para este tipo de evento, me encontraba junto a otros 30 participantes en la línea de partida del II Triatlón Hombre de Hierro en la Isla de Margarita (2005). Nadaríamos 3,8 km en la playa del Hotel Hilton, luego recorreríamos la Isla de este a oeste y de vuelta en bicicleta y finalmente correríamos unas cuatro veces desde el Hilton hasta el Concorde para completar la distancia de un maratón.
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(Con Eduardo Amaro antes de la salida)
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Se da la partida y nos lanzamos al agua para hacer dos veces el circuito de 1,9 k. La primera vuelta salió sin novedad. Tal vez un poco de nervios. En los meses previos, le había agarrado el gusto a nadar aunque no dejaba de ser, como dije antes, un chapotero. En la segunda vuelta, levanto la mirada para orientarme y tomar aire y, aunque me pude ubicar perfectamente, tragué una barbaridad de agua. La lección número dos, porque la primera y principal fue no ir a una carrera larga sin la debida preparación, fue la de agarrar aire *luego* de mirar y cuando la cara no estuviera de frente a la ola.
Se da la partida y nos lanzamos al agua para hacer dos veces el circuito de 1,9 k. La primera vuelta salió sin novedad. Tal vez un poco de nervios. En los meses previos, le había agarrado el gusto a nadar aunque no dejaba de ser, como dije antes, un chapotero. En la segunda vuelta, levanto la mirada para orientarme y tomar aire y, aunque me pude ubicar perfectamente, tragué una barbaridad de agua. La lección número dos, porque la primera y principal fue no ir a una carrera larga sin la debida preparación, fue la de agarrar aire *luego* de mirar y cuando la cara no estuviera de frente a la ola.
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(Algunos de los participantes del II Hombre de Hierro, Isla de Margarita, mayo 2005)
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Comencé a toser y toser. Era inevitable; iba a vomitar. Me traté de calmar y recordarme de mis días de submarinismo. Me imaginaba qué hubiera hecho si me pasara algo igual a unos 30 metros bajo el mar. Me dejé flotar tranquilamente y me despedí del desayuno que diligentemente había consumido un par de horas antes de la carrera y de las calorías que mucha falta me harían más adelante. Antes de culminar esa última vuelta, tuve que repetir el proceso unas tres veces más hasta que no quedaba más nada que regurgitar. Cuando salí del agua, sólo había 4 nadadores más atrás.
Comencé a toser y toser. Era inevitable; iba a vomitar. Me traté de calmar y recordarme de mis días de submarinismo. Me imaginaba qué hubiera hecho si me pasara algo igual a unos 30 metros bajo el mar. Me dejé flotar tranquilamente y me despedí del desayuno que diligentemente había consumido un par de horas antes de la carrera y de las calorías que mucha falta me harían más adelante. Antes de culminar esa última vuelta, tuve que repetir el proceso unas tres veces más hasta que no quedaba más nada que regurgitar. Cuando salí del agua, sólo había 4 nadadores más atrás.
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Era hora de agarrar la bicicleta. El asunto no podía empeorar. Al fin y al cabo, mis inicios en la bicicleta montañera fueron en la Isla y, de las tres actividades del triatlón, era en la que más cómodo estaba aunque jamás se me catalogaría como veloz. Salí tranquilo pero con el estómago alborotado. Sabía que iba a ser un largo día. Decidí optar por esperar unos minutos antes de comenzar a ingerir calorías y electrolitos. Sin embargo, tan pronto comencé con la bebida isotónica, la devolví. Pensé en esperar aun más para iniciar con los alimentos. De nada me servían si los iba a botar inmediatamente. Con el viento a favor, llegué al kilómetro 90. Finalmente, pude comer y beber un poco aunque no lo suficiente para solventar el hecho de que tenía el tanque vacío.
Era hora de agarrar la bicicleta. El asunto no podía empeorar. Al fin y al cabo, mis inicios en la bicicleta montañera fueron en la Isla y, de las tres actividades del triatlón, era en la que más cómodo estaba aunque jamás se me catalogaría como veloz. Salí tranquilo pero con el estómago alborotado. Sabía que iba a ser un largo día. Decidí optar por esperar unos minutos antes de comenzar a ingerir calorías y electrolitos. Sin embargo, tan pronto comencé con la bebida isotónica, la devolví. Pensé en esperar aun más para iniciar con los alimentos. De nada me servían si los iba a botar inmediatamente. Con el viento a favor, llegué al kilómetro 90. Finalmente, pude comer y beber un poco aunque no lo suficiente para solventar el hecho de que tenía el tanque vacío.
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(Vía Macanao)
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Y, ese fue un error que no pude enmendar. Al pasar los 100 kilómetros y ya con la brisa en contra y el calor margariteño a millón, comenzaron los calambres. Uno tras otro. En las pantorrillas, en la ingle, en los cuadriceps. Me estiraba para aliviar un calambre y me sobrevenía otro en un músculo distinto. Bajé la relación al cambio más suave que tenía y pedaleaba entre cada episodio. Me iba diciendo que no había forma en el mundo en que iba a poder terminar el recorrido de la bici ni mucho menos salir a correr un maratón después, algo que ni siquiera había hecho bueno y sano.
Y, ese fue un error que no pude enmendar. Al pasar los 100 kilómetros y ya con la brisa en contra y el calor margariteño a millón, comenzaron los calambres. Uno tras otro. En las pantorrillas, en la ingle, en los cuadriceps. Me estiraba para aliviar un calambre y me sobrevenía otro en un músculo distinto. Bajé la relación al cambio más suave que tenía y pedaleaba entre cada episodio. Me iba diciendo que no había forma en el mundo en que iba a poder terminar el recorrido de la bici ni mucho menos salir a correr un maratón después, algo que ni siquiera había hecho bueno y sano.
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Pasé 7 horas y 42 minutos en los 180 km de la bici. Llegué a la transición y vi a Mayde, quien ya estaba al tanto del drama porque me había podido seguir en carro en algunos tramos. En el camino a la transición, pensé que más valía morir con las botas puestas que tirar la toalla ahí mismo. Así que me bajé de la bici y medio doblado caminé hacia la carpa para cambiarme. César Zabaleta, quien en aquel entonces trabajaba con la empresa organizadora, me preguntó si estaba bien y si me iba a retirar. Le dije que no y bromeé que un masaje no me caería mal. Sin titubear, me mandó a dos fisioterapeutas que, dentro de la carpa, me tiraron al piso y me doblaron para acá y para allá. No sé si eso es permitido en un ironman oficial, pero aquí menos mal que sí lo estaba. Me acuerdo que una de ellas me dijo “Come algo, mira que estás pálido”. ¿Pálido? ¡Pero si yo soy bien moreno y llevaba más de nueve horas agarrando sol! La transición duró casi unos 15 minutos, pero finalmente salí de ahí a ver qué pasaba.
Pasé 7 horas y 42 minutos en los 180 km de la bici. Llegué a la transición y vi a Mayde, quien ya estaba al tanto del drama porque me había podido seguir en carro en algunos tramos. En el camino a la transición, pensé que más valía morir con las botas puestas que tirar la toalla ahí mismo. Así que me bajé de la bici y medio doblado caminé hacia la carpa para cambiarme. César Zabaleta, quien en aquel entonces trabajaba con la empresa organizadora, me preguntó si estaba bien y si me iba a retirar. Le dije que no y bromeé que un masaje no me caería mal. Sin titubear, me mandó a dos fisioterapeutas que, dentro de la carpa, me tiraron al piso y me doblaron para acá y para allá. No sé si eso es permitido en un ironman oficial, pero aquí menos mal que sí lo estaba. Me acuerdo que una de ellas me dijo “Come algo, mira que estás pálido”. ¿Pálido? ¡Pero si yo soy bien moreno y llevaba más de nueve horas agarrando sol! La transición duró casi unos 15 minutos, pero finalmente salí de ahí a ver qué pasaba.
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Nunca había corrido 42 km. De hecho, en entrenamiento jamás pasé los 26 km. Mayde me acompañó unos metros y me dio palabras de ánimo. Espero haber podido balbucearle algún tipo de respuesta y agradecimiento. Corrí unos dos kilómetros y me dieron ganas de orinar. Por primera vez en toda la prueba iba al baño. Aunque no sabía lo poco que hoy en día sé sobre nutrición en eventos de largo aliento, se disparó una alarma y comencé a beber y comer en cada oportunidad que se me presentara.
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(En la Caracola. Me causa gracia el letrero al fondo)
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Se acababa la tarde. Caía el sol y cada vez había menos competidores en el circuito. Yo sentía que corría pero iba a un paso tan pobre que durante dos vueltas me crucé, siempre en el mismo lugar, con otro competidor que terminó caminando sus últimas dos vueltas. Cada vez que terminaba una vuelta veía a Mayde y para la última hasta se acercaron mi papá y mi hermano menor. Quien dos años más tarde se convertiría en mi esposa salió a correr, con cara de preocupación, los últimos 10 kilómetros conmigo. Hoy en día me cuenta que yo tenía la mirada desorbitada, ocasionalmente le respondía y que ella simulaba que iba corriendo para que yo no me desanimara pero que hubiera sido más rápido simplemente caminar.
Los puntos de control iban cerrando uno por uno justo después de que yo pasaba. Me acuerdo que faltando poco me dieron ganas de orinar y, para no pararme, me puse de costado y seguía andando mientras intentaba no mearme la pierna. Daba lástima y hasta Mayde me comentó después que se puso delante de mí unos minutos para que no la viera llorar. Nunca me había visto tan destartalado y, aunque hoy en día me destartalo de vez en cuando, jamás me ha vuelto a ver en tal estado.
Menos mal que comencé a consumir calorías en abundancia durante la parte del trote. Luego de 5 horas 54 minutos a pie, entré a la meta en el último lugar con un crono de 15 horas y 29 minutos. Terminé en el puesto 21 de 30 competidores que comenzaron (algunos se retiraron y otros no tenían previsto hacer la distancia completa). El área de llegada estaba prácticamente sola, salvo por los paramédicos y uno que otro de la organización, además de Mayde, mi padre y mi hermanito. El cronómetro había dejado de funcionar y la música y el ambiente festivo hace rato que se esfumaron.
Se acababa la tarde. Caía el sol y cada vez había menos competidores en el circuito. Yo sentía que corría pero iba a un paso tan pobre que durante dos vueltas me crucé, siempre en el mismo lugar, con otro competidor que terminó caminando sus últimas dos vueltas. Cada vez que terminaba una vuelta veía a Mayde y para la última hasta se acercaron mi papá y mi hermano menor. Quien dos años más tarde se convertiría en mi esposa salió a correr, con cara de preocupación, los últimos 10 kilómetros conmigo. Hoy en día me cuenta que yo tenía la mirada desorbitada, ocasionalmente le respondía y que ella simulaba que iba corriendo para que yo no me desanimara pero que hubiera sido más rápido simplemente caminar.
Los puntos de control iban cerrando uno por uno justo después de que yo pasaba. Me acuerdo que faltando poco me dieron ganas de orinar y, para no pararme, me puse de costado y seguía andando mientras intentaba no mearme la pierna. Daba lástima y hasta Mayde me comentó después que se puso delante de mí unos minutos para que no la viera llorar. Nunca me había visto tan destartalado y, aunque hoy en día me destartalo de vez en cuando, jamás me ha vuelto a ver en tal estado.
Menos mal que comencé a consumir calorías en abundancia durante la parte del trote. Luego de 5 horas 54 minutos a pie, entré a la meta en el último lugar con un crono de 15 horas y 29 minutos. Terminé en el puesto 21 de 30 competidores que comenzaron (algunos se retiraron y otros no tenían previsto hacer la distancia completa). El área de llegada estaba prácticamente sola, salvo por los paramédicos y uno que otro de la organización, además de Mayde, mi padre y mi hermanito. El cronómetro había dejado de funcionar y la música y el ambiente festivo hace rato que se esfumaron.
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Me sentí aliviado de haber terminado. Tenía mucho en que pensar y bastante que comprender en los días siguientes a la carrera. Lo que aprendía en ese mismo instante era que el cuerpo humano, si hay ganas de seguir adelante, tiene una gran capacidad de recuperación. Jamás me hubiera imaginado estar tan feliz por llegar de último.
7 comentarios:
Que narración tan buena Félix. Así que ya sabias lo que es completar un Ironman. Aunque hayas terminado el último, eres de los pocos que has nadado 3,8 kms, recorrido en bici 180 kms y de postre una maratón. Todo un Ironman. Saludos.
Gracias Isidro. Hoy en día pienso que es infinitamente más divertido hacer un ultra, pero este tipo de experiencias son las que lleva uno en el morral y que le ayudan a seguir adelante en los momentos difíciles en carrera. Un abrazo.
interesante experiencia, Felix.
Eefectivamente, es impresionante lo que el cuerpo logra llegar a darnos si le pedimos, le pedimos, le pedimos...
Ahora, quizá por haberme "educado" deportivamente en montaña, la idea de arriesgar dandolo todo, todo, todo y no guardar reserva alguna, me supera. No soy capaz de aplicarmela, no puedo evitarlo. Me siento como asumiendo un riesgo indebido.
Pero vaya, donde están los limites de cada cual o su "zona de seguridad"? Creo que la belleza de estos deportes de ultrafondo está en que no existe una respuesta que valga para dos personas :-)
Félix, déjame decirte que para mi el sólo hecho de cruzar la meta, ya eso me hace sentir un ganador...sin olvidar que cada competencia nos aporta un sin fin de emociones y de satisfacciones personales, y en la medida que aprendas a no dejarte afectar por los tiempos o el lugar en que se llega..desde ese momento lo disfrutaras el doble..más por lo que representa este estilo de vida para nosotros y nuestro habito que se disfruta al máximo..éxitos y un abrazo
Sergio,
Así estaré flojeando en los entrenamientos que me sale publicar cuentos viejos. He aprendido mucho desde esa carrera y, ahora en frío, sé más o menos cómo reaccionar ante algunas cosas. Sin embargo, creo que si hubiera estado al borde de una lesión, cosa que no ocurrió, no hubiera seguido. A pesar del drama, no sentía que mi salud estaba peligrando (afortunadamente comí y bebí bastante durante la parte a pie). Lo cómodo del triatlón es que tienes la asistencia siempre relativamente cerca.
Ramón,
Me parece una buena forma de pensar y más de alguien como tú que se gasta tremendos tiempazos.
Epale pana terninar una competencia como el Ironman sumado a la dificultad de las condiciones de viento y calor de Margarita es un buen Aval para encarar cualquier reto que se pueda imaginar. La foto pudo ser usada una valla publicitaria, comica que quedo. La Semana pasada estuve en Merida chequeando la ruta de la cual te hable, cualquier info o contacto, para sus recorridos en los Andes,me avisas y se los haré llegar.
Saludos a Mayde.
Allez, Allez¡
Bon courage.
Gracias Gersi. Estamos cuadrando el viaje a Mérida y las posibles salidas. Seguro que me aportas buenas ideas. Saludos.
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